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SENTIMIENTOS VAGABUNDOS   

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Con una manifestación a un par de kilómetros, Luis Díaz (habitante de calle) se apresura para alcanzar a disfrutar de los cuidados de aseo que le ofrecen los trabajadores de la secretaría de integración social. 

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En límites con el centro de Bogotá (zona de tolerancia) calle 56 No 16-99, bajo un sofocante sol, a las carpas instaladas por la alcaldía de Bogotá, bajo el programa de integración social, llegó Luis Díaz, invitado por Diego Franco; un pedagogo que dirige esa jornada de autocuidado, hace tres meses.

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Y allí, pasado el mediodía, Luis se despojaba de la suciedad que traía encima; permitió que botaran su ropa mugrienta, cortaran un poco de su cabello, sus uñas y le dieran un refrescante baño. Luego de asearse y a la espera de alimento, porque como dice el refrán “a buena hambre, no hay pan duro”, Luis cuenta su historia, mientras juega con cartas que revelan el daño que la droga a causado en su memoria….

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Luis recuerda con sentimiento de tristeza que su mamá le dio tetero hasta los cuatro años, allí en la amada Barranquilla que lo vio nacer, dejando evidenciar con su gestualidad que era un niño consentido. Evoca acontecimientos de su ya perdida inocencia, y con dolor confiesa la causa que lo llevo a caer en las drogas. La música ha sido la principal motivación de Luis, pero contradictoriamente también es la razón de que sea un poblador de la indigencia. Las ganas de ser un artista autentico y alegre de la musica reggae lo llevaron a probar la marihuana, pues según él, le da energía y vitalidad para presentarse ante su público. Lo que no contemplo es que esa sustancia no le sería suficiente para satisfacer su ideal de euforia, y empezó a probar drogas más fuertes que poco a poco lo fueron hundiendo en el obscuro mundo de la drogadicción.

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Este hombre, con recelo se guarda algunos detalles mientras relata su historia, pero puedo percibir que tuvo una vida tranquila y por su lenguaje puedo concluir que tuvo educación.

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Luis dice que puede salir del mundo de las drogas y puede dejar de ser un poblador indigente cuando él quiera, y mientras afirma que “la droga no manda en su vida, sino que él manda en la droga que consume”, percibo el olor a droga salir de su boca. Con veintisiete años, y 3 de ellos en la indigencia, Luis no se ve físicamente tan afectado como evidencie a otros habitantes de calle que vivían en ese momento el mismo proceso de limpieza.

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La forma de subsistir para Luis en las calles del centro de Bogotá se da mediante el robo, si, ese robo del cual son víctimas los capitalinos de a pie, ese robo que fomenta día tras día la inseguridad.

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Con cambios repentinos de humor Luis se quiere ir, pero no sin antes recibir alimento y confesarme que le agrado enormemente mi presencia; esperando volverme a ver algún día. Su rostro expresa agradecimiento por haberlo escuchado, se desahogó y ahora se quiere se marchar para seguir transitando en el sombrío mundo que él mismo eligió, en ese mundo de vicio, soledad y delincuencia.

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Por: Carolina Corzo, Alexandra Montaña y Hernan Velasquez​

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